Ya esta bien de que a unos estados se les ayude por matar y a otros se les bloquee porque tienen la dignidad de llamarte a la cara asesino.
El paramilitarismo es la herramienta de guerra sucia y terror del Estado colombiano y multinacionales
La Fiscalía General reveló el 13 de enero 2011 que tiene documentados 173 mil 183 casos de homicidios, mil 597 masacres y 34 mil 467 desapariciones cometidas por paramilitares de las supuestamente disueltas y auto-denominadas Autodefensas Unidas de Colombia (AUC).
Las AUC se crearon en abril de 1997 con el fin de agrupar a muchas de las múltiples bandas de ultraderecha que operaban en el país, patrocinadas por grupos de ganaderos, terratenientes y narcotraficantes.
Más del 70 por ciento de sus ingresos provenían del narcotráfico, e igualmente se financiaban con el secuestro y la extorsión, además de recibir dinero de multinacionales con presencia en las zonas bajo su control.
Asimismo, recibieron colaboración de varios miembros de Ejército, al tiempo que tuvieron estrechos vínculos con múltiples políticos colombianos.
Finalmente las AUC se disolvieron en 2006 en un proceso que resultó parcial e incompleto durante la administración del ex presidente Álvaro Uribe (2002-2010).
Sin embargo, informes de prensa y de organizaciones no gubernamentales y asociaciones de víctimas como MOVICE sostienen que muchos de sus miembros siguen delinquiendo desde la cárcel y varios de sus frentes armados permanecen activos utilizando otros nombres como Águilas Negras, Los Paisas y Los Urabeños, entre otros.
La “Ley de Justicia y Paz” que es el marco legal de las “desmovilizaciones” ha sido denunciada por familiares de víctimas como una suerte de “premio” a los victimarios: en virtud de esa ley la máxima pena que se le puede imponer a un paramilitar en Colombia son 8 años de cárcel.
En diciembre 2010 fue condenado el jefe paramilitar Iván Laverde, alias “el Iguano” a tan sólo 8 años de cárcel por asesinar a más de 4000 (cuatro mil) personas (asesinatos confesados), por varias masacres, desapariciones, atentados.
El “Iguano” confesó incluso haber usado hornos crematorios para hacer desaparecer a sus víctimas.
En Colombia, si se es miembro de la herramienta paramilitar la mayor pena es de 8 años de cárcel… como una suerte de premio por servicios hechos al gran capital.
Más información en los VIDEOS anexos:
1er Video: http://www.youtube.com/watch?v=sU7X…
2do Video: http://espanol.video.yahoo.com/watc…
3er Video: http://www.youtube.com/watch?v=SO_1.
Paramilitares
El escándalo de la “parapolítica” en Colombia comprueba la extensión y profundidad que ha alcanzado el fenómeno de la extrema derecha en el país.
A pesar de las maniobras oficiales para tapar o desviar el curso del proceso penal, casi como un alud incontrolable las revelaciones destapan los vínculos del paramilitarismo con el estado, los partidos políticos tradicionales, los empresarios (nacionales y extranjeros), ciertas embajadas y un sector nada desdeñable de la sociedad.
A estas alturas del escándalo es innegable que además de los grotescos y ordinarios personajes que se sientan en el banquillo de los acusados deberían sentarse también los inductores y responsables intelectuales del engendro.
Ya no es posible alegar ignorancia para juzgar con benevolencia la llamada democracia colombiana.
Quienes desde Europa y los Estados Unidos mantienen un apoyo ilimitado al actual gobierno de Uribe tienen sin duda otros motivos ajenos completamente a la defensa de la democracia y el progreso.
Seguramente que dicho apoyo va ligado a la suerte de sus inversiones en el país y a los intereses estratégicos de Occidente en general.
Ya no es posible ignorar los informes anuales de Naciones Unidas, la OEA, los grupos de derechos humanos (nacionales y extranjeros como A.I o Human Right Watch) y hasta los datos oficiales – muy maquillados por razones obvias- para concluir que Colombia está lejos de la imagen idílica de una democracia plena.
Los datos reflejan un panorama desolador de desapariciones, muertes fuera de combate (asesinatos a sangre fría que tan solo en el primer mandato de Uribe llegan a los once mil casos), secuestros, exilios (¿casi sesenta mil?) y alrededor de tres millones de desplazados que colocan a Colombia por este motivo en el segundo lugar del mundo después de Congo.
Tampoco consiguen ocultar esta dolorosa realidad los festivales internacionales de cine y arte, los concursos de belleza, la celebración oficial del cumpleaños de García Márquez o el actual congreso de la lengua castellana con asistencia del rey de España, Bill Clinton y hasta personajes destacados de la farándula.
Cada día resulta más difícil mantener la imagen de una democracia ejemplar, acosada por una violencia que le es ajena y de un gobierno sensato, prudente y responsable que ofrece bienestar a sus ciudadanos y seguridad a los inversionistas.
Porque antes que mérito del gobierno, el actual juicio a la extrema derecha es el mérito de algunos jueces honrados y un “daño colateral” del proceso de reinserción de los paramilitares torpemente conducido por el propio Uribe:
El engendro se le escapa de las manos y los cabecillas del paramilitarismo, para imponer los términos de su condena destapan vínculos incómodos con la clase dominante en la mejor tradición del “si no conseguimos nuestro propósitos, hablamos”.
Crecen las voces (inclusive en Estados Unidos) que acusan al ejército de utilizar estas bandas para hacer el “trabajo sucio” que las leyes les impiden.
El marco legal vigente -así sea estrecho- es un obstáculo que apenas inmuta a estos gatillos fáciles que asesinan, desaparecen, intimidan y aterrorizan a comunidades enteras.
Alegar que estos vínculos no pasan de ser “casos individuales” ya no se sostiene cuando se comprueba que su creación, asesoría y mantenimiento forma parte de la teoría contrainsurgente de las fuerzas armadas.
El escándalo salpica cada día con mayor fuerza a los partidos políticos, principalmente a los que apoyan al presidente Uribe.
Mediante el terror estas bandas aseguran triunfos electorales y el control de regiones enteras.
Los “paras” terminan por adueñarse de las instituciones, su influencia y sus recursos.
En las dos elecciones anteriores Uribe Vélez ganó con votos que a todas luces resultan nulos y afectan su legitimidad.
Sobran razones para exigir la inmediata dimisión del presidente como se ha hecho con el resto de senadores, representantes, funcionarios, alcaldes y gobernadores implicados en el escándalo.
Menos publicitada pero igualmente decisiva ha sido la participación de un sector del empresariado local que alegando la necesidad de defenderse de la guerrilla ha visto en los paramilitares un instrumento muy útil para deshacerse de líderes sindicales y activistas sociales que incomodan.
No por azar Colombia registra el mayor número de asesinatos de unos activistas que se juegan la vida cotidianamente.
Las investigaciones judiciales revelan que antes que ser víctimas de la extorsión de los “paras” estos empresarios han jugado un destacado papel en su promoción, financiación y organización.
Tampoco es nueva ni desconocida la vinculación entre los grandes “capos” del narcotráfico y el paramilitarismo ni la vocación temprana de éstos como traficantes de estupefacientes.
Por eso parece natural que el narcotráfico aparezca al lado de los “paras” en la mesa de negociaciones del supuesto proceso de paz del gobierno con estas bandas sin que sea ya posible distinguir unos de otros.
A ambos la llamada “ley de justicia y paz” les permite aparecer como “fuerza política”, lavar su pasado delictivo, legalizar sus bienes y purgar cortas penas en sus cómodas haciendas convertidas en “casa-cárcel”.
Capítulo especial merece la participación en el paramilitarismo de grandes empresas y en particular de multinacionales como lo prueba la reciente condena de la frutera estadounidense Chiquita Brands por financiar a los “paras” y dotarlos de armamento o los procesos abiertos contra Coca-Cola o la carbonea gringa Drummond; igual hacen las multinacionales de palma africana, madera, minerales o grandes obras de ingeniería, sin que falten naturalmente las del petróleo, protegidas conjuntamente por las fuerzas armadas, los paramilitares y cientos de mercenarios a manera de ejércitos privados.
Por supuesto, la embajada estadounidense no es ajena ni inocente. Aún antes de que aparecieran las actuales guerrillas o cuando éstas eran grupos reducidos de sobrevivientes de otras guerras (en 1965, cuando se crean las FARC sus combatientes no pasaban de 46 hombres y dos mujeres) la misión militar ya “aconsejó” a Bogotá la formación de grupos de civiles armados que “auxiliaran” al ejército, de la misma manera que se había practicado en Indochina, Argelia, Israel, Argentina, Perú, Centroamérica, México o la propia Colombia, que tiene una vieja tradición de paramilitarismo.
Solo se tuvo que reorganizar, disciplinar y armas gentes diversas (sobre todo mucho lumpen) que desde siempre habían servido de brazo armado de los empresarios.
Se contó siempre con la eficaz asesoría del Pentágono y por supuesto con los mercenarios israelíes – como se sabe- expertos en la materia.
El paramilitarismo colombiano está pues lejos de ser un simple problema de bandas armadas.
Recibe su primera cobertura institucional del mismo estado que lo tolera, impulsa y protege, tiene sus bases sociales en sectores de la denominada “clase media” y recibe la financiación del empresariado y, en particular, de la gran empresa del narcotráfico.
Para sus apoyos sociales la acción paramilitar está justificada y aunque algunos no se sientan cómodos con sus crímenes, los soportan como un mal necesario de la misma forma que los capitalistas y los “sectores medios” europeos saludaron el ascenso del fascismo que ponía fin a las huelgas, el sindicalismo y los partidos obreros, entendidos como los promotores del descontento social.
No faltaron tampoco liberales que vieron es este mal menor una solución a la debilitada democracia en crisis; si las fuerzas regulares y las leyes vigentes no podían preservar el orden burgués había que saludar la llegada de estos muchachos inquietos y camorristas que al fin de cuenta “eran nuestros muchachos”.
Algo parecido está ocurriendo en Colombia.
Alcanzar la democracia en Colombia y hacer de este país un lugar habitable pasa sin lugar a dudas por erradicar el fenómeno de la extrema derecha de inspiración fascista.
Nadie puede prever los efectos del escándalo de la “parapolítica” ni asegurar que todo no termine en el enjuiciamiento de algunos autores materiales, algún cabecilla descolocado y con la impunidad de la clase dominante, verdadera culpable por acción y omisión.
Por contraste, se asiste hoy en Colombia a la caza de brujas, al señalamiento de quienes hacen la denuncia y a la amenaza por exigir responsabilidades acusando a los opositores desde el mismo palacio presidencial de “terroristas”, “guerrilleros” o “enemigos de la patria” en un lenguaje que recuerda tanto el siniestro vocabulario paramilitar.
2 febrero, 2011 – Posted by Directorio de Noticias | ARTÍCULOS de OPINIÓN, CRIMENES EEUU,DENUNCIA, DENUNCIA, EDITORIAL, NOTICIAS ALTERNATIVAS, PORTADA, TERCERA INFORMACIÓN | ARMA, COLOMBIA, derecha, GOBIERNO, MULTINACIONALES,PARAMILITARISMO | Editar
Gobernador colombiano será procesado por relaciones paramilitares
Por mantener comunicación y relaciones con jefes paramilitares y del narcotráfico, el gobernador del departamento colombiano del Guaviare, Óscar de Jesús López, será procesado por las autoridades judiciales de Bogotá.
López se entregó este jueves al Cuerpo Técnico de Investigación de la fiscalía diez días antes de que el fiscal general a cargo del caso, Mario Iguarán, ordenara su arresto. El fiscal responsable informó un gobernador interino será designado para el Guaviare, y que esta decisión corresponde al presidente Álvaro Uribe.
Estado Colombiano emula crímenes Nazis: Paramilitares y Hornos Crematorios… ¡El mundo no puede seguir impávido!
“Lo echaron vivo(…)El horno lo manejaba un señor que le decían ‘funeraria’,llamado Ricardo; dos señores le hacían mantenimiento a las parrillas y a las chimeneas, porque se tapaban con grasa humana”.
últimas revelaciones de paramilitares; Informe Fiscalía y Verdad Abierta | Para Kaos en la Red | 11-5-2010 a las 20:29 | 2304 lecturas | 5 comentarios
www.kaosenlared.net/noticia/estado-colombiano-emula-crimenes-nazis-paramilitares-hornos-crematorio
Investigadores sociales de la Universidad de Antioquia indicaron que la existencia de hornos crematorios en Norte de Santander y en Antioquia evidencia que se trata de una manera de “industrializar la criminalidad”. Había una orden superior de “desaparecer las víctimas a toda costa” y en ese sentido es que aparecen los desmembramientos, las fosas, los ríos y los hornos como técnicas eficaces de acabar con el llamado “enemigo”.
Lo que revela este tipo de criminalidad es su carácter sistemático y selectivo, “lo que quiere decir que toda esa criminalidad fue planificada, tanto que no se puede perder de vista que los paramilitares tuvieron escuelas en donde preparaban a los combatientes en diversas actividades. Allí los convertían en máquinas de guerra” a través de una división interna del trabajo, especificada por técnicas criminales.
Los paramilitares, esa Estrategia de Terrorismo de estado al servicio de magnates y multinacionales, están arrojando revelaciones macabras ante la fiscalía, ante las cuales el mundo no puede seguir indiferente e impasible.
Los paramilitares, esa Estrategia Estatal de mercenarios para eliminar a los “rojos”, a toda oposición, y a cualquiera que les estorbe, así sea de sus mismas estructuras gremiales, están hablando.
El Paramilitarismo es una estructura que ahora mismo hace su operación Make-UP,recomendada por USA; o sea fingir desmovilizarse, cambiar de nombre y seguir perpetrando las masacres… y para tales efectos, los paramilitares dan uno que otro dato acerca de ubicación de fosas comunes, de metodología de torturas y desaparición…
Los ‘paras’ también tenían crematorios en Antioquia
Publicación de Mayo 11 de 2010, de Verdad Abierta, datos Fiscalía de Justicia y paz, audiencias a paramilitares.
Por primera vez, un ex paramilitar se refiere al uso de este mecanismo de desaparición forzada en el Valle de Aburrá. La Fiscalía investiga con base en su testimonio y se espera que otros ex mercenarios aporten más información.
La orden impartida a finales de la década del noventa por los comandantes de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) de desaparecer a sus enemigos “de cualquier manera”, para no dejar rastros y evitar que las cifras de homicidios crecieran de manera desproporcionada en las zonas urbanas, tuvo en Medellín y el área metropolitana una de las expresiones más crueles de la guerra paramilitar: la utilización de hornos crematorios.
De este macabro mecanismo se han tenido referencias de su existencia en Norte de Santander. Paramilitares de las Auc que operaron en esa región del país, entre ellos Iván Laverde Zapata, alias ‘el iguano’, han confesado ante fiscales de la Unidad Nacional de Justicia y Paz que en áreas rurales del corregimiento Juan Frío, de Villa del Rosario, y Puerto Santander, se construyeron hornos crematorios para incinerar a sus víctimas.
En Medellín el tema de los hornos crematorios de las Auc no pasaba de ser un rumor desde hace varios años. En el mundo de la criminalidad se decía con insistencia que los paramilitares se llevaban a la gente y “la quemaban” para desaparecerla, pero nadie ofrecía información precisa que permitiera afirmar o desmentir el asunto.
No obstante, la realidad le viene ganando terreno al rumor gracias al empeño de varios investigadores judiciales adscritos a Justicia y Paz que rastrean el tema desde hace varios meses. Hoy ya tienen datos concretos, aunque parciales, que los están llevando a constatar que sí se dio esa práctica de desaparición forzada, pero, como ellos mismos admiten, aún falta más información.
Los datos iniciales que develan esa realidad los viene aportando desde hace varios meses un ex paramilitar que decidió colaborar con la justicia. Verdadabierta.com tuvo acceso a varios apartes de los testimonios entregados a los funcionarios judiciales, a través de los cuales es posible dimensionar la extrema crueldad a la que llegaron los grupos armados ilegales de extrema derecha en Medellín, varios municipios del área metropolitana y en el Oriente antioqueño.
Verdadabierta.com reserva la identidad del ex paramilitar que ha venido aportando su testimonio para contribuir a la verdad de lo ocurrido en la capital antioqueña y municipios vecinos durante la etapa de penetración y consolidación de los bloques paramilitares de las Auc.
“Hay muchos muertos que no se han encontrado porque aquí en Medellín, a las afueras, a una hora, se encontraban unos hornos crematorios. Hubo mucha gente quemada. Yo presencié esos hechos», le confesó el ex paramilitar a los investigadores.
Según su narración, entre los años 1995 y 1997, los paramilitares retenían a sus víctimas, las mataban y muchas de ellas fueron arrojadas al río Cauca, por los lados del suroeste antioqueño. “Los cuerpos se abrían, se les echaban piedras y se arrojaban al río. Botando muertos muchos de las Auc cayeron presos”.
A ese problema se le sumó el incremento del índice de homicidios en buena parte de los municipios del Valle de Aburrá y en otros más donde los paramilitares estaban entrando a combatir con la subversión. Del Estado Mayor de las Auc, liderado para esos años por Carlos Castaño Gil, vino la orden de desaparecer a las víctimas. Fue así como surgió la idea de construir un horno crematorio: “La idea del horno la dio ‘Doblecero’ y la materializó Daniel Mejía”.
Para esos años, Mauricio García, alias ‘Doblecero’, era el comandante del Bloque Metro y Daniel Alberto Mejía Ángel, alias ‘Danielito’, se había integrado al bloques Cacique Nutibara, facción de las Auc que estuvieron bajo el mando de Diego Fernando Murillo Bejarano, alias ‘don Berna’.
“De la construcción se encargó Daniel Mejía, era de las Auc y de la Oficina de Envigado”, dijo el ex paramilitar. “Yo escuché que el horno costaba entre doscientos y quinientos ‘palos’ (millones de pesos) y lo estrenaron con un tipo de nombre Alberto, de la Oficina de Envigado. Lo echaron vivo ahí porque se había robado una plata. El horno lo manejaba un señor que le decían ‘funeraria’, creo que se llama Ricardo; dos señores le hacían mantenimiento a las parrillas y a las chimeneas, porque se tapaban con grasa humana”.
Sobre su ubicación, el paramilitar señaló que estaba en una finca del municipio de Caldas, sur del Valle de Aburrá. “Hay que pasar el casco urbano. Se sale de Caldas por ahí media hora en vehículo. Está ubicado en una finca muy grande. La entrada, para esa época, era una puerta blanca”.
Ya dentro de la propiedad, el ex paramilitar describió con detalles el inmueble: “la primera casa en obra negra y enseguida de la casa había como una especie de depósito, y más atrás, como a 70 u 80 metros, funcionaba supuestamente una ladrillera. Se veían dos chimeneas en el techo. En la entrada había un primer piso con antejardín bien decorado y de ahí a mano derecha se bajaba por unas escalas como de cinco metros, cuando se llegaba al final se observaba un horno grande de panadería industrial”.
Sobre el horno como tal detalló lo siguiente: “la puerta era hermética, de palanca, se cerraba y quedaba incrustada en un marco de pared, tenía vidrios muy gruesos, como blindados. En la parte de afuera contaba con tres botones, un botón rojo para prender y los otros dos para graduar la temperatura. Por dentro, el horno era metálico y tenía como una especie de mesón firme, tenía resistencias, unas abajo del mesón, como una especie de parrillas. A los lados del mesón también había resistencias. Al fondo de la pieza quedaban dos ventiladores. Nos decían que ahí no podíamos fumar. Olía como a chicharrón quemado. En el horno solo cabía una persona. Los cuerpos eran enganchados al mesón. Cuando subían la temperatura los cuerpos se levantaban. Mucha gente se moría antes de entrar al horno».
Según sus cálculos, en la semana eran conducidas allí entre 10 y 20 personas. Y se tenía un procedimiento para ello: “cuando nosotros llegábamos con las personas, vivas o muertas, tocábamos y nos decían ‘esos insumos llévelos para el fondo’. Llegábamos hasta adentro, los llevábamos en bolsas para que no botaran sangre. Los desangrábamos. Nos preguntaban ‘¿quién manda eso?’. Alías ‘J’ y Daniel mandaban mucho. Llevaban una carpeta donde anotaban todo. El que anotaba era un señor como de 45 años, bajito, cejón. Nosotros entrábamos y teníamos que esperar las cenizas. El procedimiento duraba como 20 minutos, pero cuando estaba encendido eran como cinco minutos. Luego se las mostrábamos a ‘J’ o a Daniel, y luego las botábamos al río o a donde ellos dijeran”.
Ante los investigadores judiciales no negó su participación en la comisión de varios crímenes bajo esa modalidad. “A unos los llevé muertos y a otros los llevé vivos. Llevé más de cincuenta muertos y vivos más de quince”.
Entre las víctimas que recuerda se encuentran dos hermanos de apellido Vanegas, ganaderos de profesión, quienes fueron retenidos en el sector de Belén, suroccidente de Medellín, por orden de Daniel Mejía. Según los paramilitares, los hombres fueron asesinados porque financiaban un frente de la guerrilla de las Farc. Con su muerte en el horno crematorio, se puso a funcionar para toda clase de personas, pues según el relato del ex paramilitar, hasta ese momento era usado para “personalidades solamente”.
Otra de las personas que recuerda que fue incinerado allí fue el narcotraficante Julio Cesar Correa Valdés, conocido en el mundo de la mafia como Julio Fierro y esposo de la modelo Natalia Paris. Su deceso se produjo, según el testimonio de este ex paramilitar, a finales de agosto de 2001. Según relatos periodísticos de ese año, este narcotraficante venía adelantando conversaciones con la DEA para someterse a la justicia de Estados Unidos y colaborar como informante para obtener beneficios jurídicos.
“De ello se enteraron en Antioquia, entonces se reunieron Salvatore Mancuso, Carlos Castaño y Daniel Mejía. Castaño ordenó que cogieran a Julio Fierro. A él lo retuvieron en el municipio de Guarne varios hombres de Daniel. La orden era que no lo mataran. De Guarne lo llevaron en helicóptero hasta Córdoba, donde Carlos Castaño. Le querían quitar unas propiedades. Natalia Paris viajó también hasta allá porque le iban a quitar unas propiedades que estaban a nombre de ella. A Julio lo regresaron a Medellín en helicóptero, para hacerle la extinción de dominio, luego lo mataron y el cuerpo lo llevaron al horno”.
Lo más paradójico de lo narrado por este ex paramilitar es que ofrece una versión que podría aclarar lo ocurrido con alias ‘Danielito’, desaparecido desde el 25 de noviembre de 2006, dos semanas después de abandonar el centro de reclusión de La Ceja, Antioquia, donde permanecían recluidos los jefes de las Auc. De allí salió porque contra él no pesaba orden de captura de alguna.
“Él fue víctima de su propio invento”, dijo el ex paramilitar entrevistado por los funcionarios judiciales. “A Daniel lo desaparecieron junto con diez de sus escoltas en ese horno”. Una noche me llamó un amigo y me dijo ‘se tragaron a Daniel, el patrón’, y nunca más supe de él. Tampoco sé que pasó después con ese horno”.
Investigadores sociales de la Universidad de Antioquia que trabajan sobre este tipo de fenómenos criminales y que solicitaron la reserva de la fuente, indicaron que la existencia de hornos crematorios en Norte de Santander y en Antioquia evidencia que se trata de una manera de “industrializar la criminalidad”. Había una orden superior de “desaparecer las víctimas a toda costa” y en ese sentido es que aparecen los desmembramientos, las fosas, los ríos y los hornos como técnicas eficaces de acabar con el llamado “enemigo”.
Lo que revela este tipo de criminalidad, agregan los investigadores sociales, es su carácter sistemático y selectivo, “lo que quiere decir que toda esa criminalidad fue planificada, tanto que no se puede perder de vista que los paramilitares tuvieron escuelas en donde preparaban a los combatientes en diversas actividades. Allí los convertían en máquinas de guerra” a través de una división interna del trabajo, especificada por técnicas criminales.
La Fiscalía espera que otros ex paramilitares, ya sea que estén postulados a los beneficios de Justicia y Paz, privados de la libertad por crímenes juzgados por la justicia ordinaria o libres, sin requerimientos de la justicia, contribuyan a precisar aún más los detalles sobre este tipo de desaparición forzada, con el fin no solo de establecer la ubicación exacta del horno crematorio, sino de identificar a las víctimas que fueron conducidas a esa macabra máquina de la muerte.
Telesur
Paramilitares revelan uso de hornos crematorios en Colombia
julio 26, 2010
De acuerdo a la información recientemente distribu8ida por Telesur, paramilitares integrantes del grupo ultraderechista Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) revelaron que en zonas rurales del país se construyeron hornos crematorios para incinerar a las víctimas.
Los hornos se encuentran en los corregimientos de Juan Frío, Villa del Rosario y Puerto Santander, al norte del departamento de Santander.
Jorge Iván Laverde Zapata fue uno de los paramilitares que confesó ante los fiscales de la Unidad nacional de Justicia y Paz. Dijo que además de la instalación de hornos crematorios las víctimas fueron arrojadas al río Cauca, en el sur del Departamento de Antioquia, hecho ocurrido cuando el presidente saliente de Colombia, Álvaro Uribe, era el gobernador de la entidad.
Además, Laverde Zapata sostuvo que en los ’90 la orden impartida por los comandantes de las AUC fue desaparecer a sus enemigos “de cualquier manera” con tal de no dejar evidencia de sus ejecuciones. Y afirmó que otra de las técnicas empleadas era desmembrar a las víctimas y arrojarlas en fosas comunes.
Al respecto, investigadores de la Universidad de Antioquia indicaron que la existencia de crematorios demuestra que se trata de una “industrialización de la criminalidad”. Afirmaron que este tipo de criminalidad demanda un carácter sistemático y selectivo, y sostuvieron que los paramilitares tuvieron “escuelas” donde los convertían en máquinas de guerra.
Leer también: http://www.kaosenlared.net/noticia/estado-colombiano-emula-crimenes-nazis-paramilitares-hornos-crematorioColombia es Pasión y Genocidio: S.O.S. en 12 capítulos